La montaña como aprendizaje de vida.
La importancia de los procesos.
Hay momentos en los que el juego de vivir se pone un poco complicado por los procesos que atravesamos.
Simplemente son eso, procesos o pantallas del juego, que como tal requieren de un tiempo para ser transitados con mimo.
Las que ya hemos pasado unas cuantas pantallas sabemos que de ahí salimos con una mochila llena de aprendizajes para seguir jugando. Y aún siendo conocedora de que así es y será, qué difícil y qué cuesta arriba se hace en ocasiones.
Podría ser como cuando subo una montaña. Hay momentos en la ruta que se hacen realmente duros y mi querida mente no hace más que preguntarme en qué momento he decidido hacer esa ruta de tanta complejidad.
Sin embargo, cuando supero esa cuesta que desde abajo parecía imposible, cuando me quedo sin aliento mirando hacia abajo en un paso comprometido que logro pasarlo, cuando estoy en el punto más alto de la montaña y el viento helado toca mi cara mientras haciendo un giro de 360º sobre mi misma veo montañas hasta el punto más lejano donde llega mi mirada… ahí me doy cuenta de que subir una montaña es como el juego de la vida.
No es fácil y es inmensamente bonito a la vez.
Transitando en las profundidades de mi ser llego a lugares inhóspitos que solo puedo llegar desde ahí, desde la profundidad. Retándome con rutas de montaña de alta exigencia (para mí), llego a lugares inhóspitos de la naturaleza que, también, las disfruto desde ahí, desde la profundidad de retarme, permitiéndome ser en cada instante, escuchando mi cuerpo, respirando, parando cuando es necesario coger energía, siguiendo caminando incluso en instantes en piloto automático para después poder apagarlo y volver a tomar consciencia de mí y de dónde estoy. Vamos, ¡cómo en la vida!
Hace aproximadamente un año una terapeuta me preguntó:
“¿Qué te gustaría que sucediera para estar bien?”
La respuesta vino a mi rápidamente desde la Patri que deseaba ser salvada y anhelaba estar en calma:
“Me gustaría ser la Patri del futuro que ya ha transitado toooooodo el proceso.”
Si la terapeuta en ese instante con una varita mágica me hubiera concedido mi deseo yo no habría generado en mí todo el aprendizaje en el que todavía hoy me encuentro.
Si cuando hago una ruta de montaña alguien me coge y me lleva volando, me pierdo todo lo que he aprendido subiendo, oliendo y observando, es decir, viviendo el juego de la vida.
De hecho, para mí, es tal el símil que cuando logro llegar a lo alto de la montaña, es decir, como cuando he culminado un punto álgido del proceso de la vida solo puedo que emocionarme y soy un ser lleno de felicidad que explota a llorar de lo orgullosa que me siento de mí misma.
Hay procesos que se nos pueden hacer tremendamente eternos, porque precisan de más tiempo del que quizá nos gustaría. Como en la naturaleza más pura, hay cimas que no puedes culminar si no es caminando varios días por la montaña y durmiendo en refugios, ya que el esfuerzo físico, mental y emocional que suponen, en un día no se puede aguantar. Y si esto lo llevamos al juego de vivir, ¿cómo podríamos sostener un proceso de alta intensidad emocional en tan solo un par de días, una semana…? que es lo que en muchas ocasiones nos exigimos a nosotras mismas.
Con todo esto me vienen algunas preguntas:
¿Queremos que el proceso sea más rápido de lo que él mismo necesita por la inercia en la que estamos de la inmediatez?
¿La sociedad en la que estamos está preparada para dar espacios a los procesos de las personas?
¿Cómo sería un mundo en el que sí fuera posible?
Y por supuesto, en todo proceso hay una gran influencia con las gafas que estoy jugando y las historias que me cuento.
Cuando subo una montaña, también.
¡Gracias por estar!
Un abrazo de alma a alma.
P.D. ¡Feliz vuelta al sol, Habana! Hoy cumples 9 años.