Cuando la muerte llega.
Y el poder de un abrazo.
Esta semana J. nos dejó, primero me enfadé mucho tratando de negar el mensaje que acababa de leer en mi teléfono:
Patri, día triste. J. ha pasado al otro plano.
Las lágrimas brotaban sin control por mi cara. En ese instante no estaba sola, gracias vida, pues pude sentirme tremendamente sostenida a través de un abrazo, mientras Habana me daba con su pata para que bajara al suelo a acariciarla y ayudarme así a regular mis revoluciones, ¡qué gran maestra eres, pequeña!
Cuando la muerte de alguien llega, la noticia se va transmitiendo de unos a otras, no hay lugar a la duda de realizar la llamada. Tras respirar y caminar por el salón de casa era mi turno de llamar a esas dos personas que cuando pienso en todo lo vivido con J. también están presentes. No contestan, les escribo:
“Cuando puedas, llámame, es importante.”
Ambos dejaron todo lo que estaban haciendo, sabían perfectamente de qué se trataba, pues no era la primera vez que les llamaba para algo así. No hicieron falta las palabras, nos acompañamos sintiendo nuestras respiraciones desde el otro lado del teléfono.
Ahora tocaba revivir los momentos compartidos, cogí el móvil y me puse a ver todas las fotos que tenemos, ¡guau! había instantes que mi mente no recordaba, qué bonito y sanador fue hacer ese viaje a través de las imágenes. Comencé a reír con las anécdotas que tenemos juntos.
Qué afortunada me siento de haber coincidido, haber conectado y haber coexistido juntos.
¡Cuánto me has dado, J.!
Estaba nerviosa por llegar al tanatorio y poder abrazar a sus padres. Antes de entrar es momento de abrazarme con ella, con mi otra mitad en nuestro vínculo con J.
En ese abrazo pudimos escuchar nuestros corazones mientras nos fundíamos en una, el silencio externo nos envolvía y yo me sentí más en casa y en calma que nunca.
Querido J.
Alrededor de ti no cabía una flor más, estabas entre un jardín de flores preciosas, tu foto con esa sonrisa tan tuya y esa mirada que conectaba con todo el entorno, captaba toda la atención.
Fue bonito estar ahí, juntas, mirándote y recordando, entre risas, todo lo vivido entre nosotros. Se sumó tu madre, mientras tu prima la abrazaba y se mecían juntas. Ella empezó a narrarle a tu prima las infinitas maldades hechas, tranquilo, seguiremos con el legado.
Querido J., me has enseñado, con maestría, el poder del aquí y ahora, de disfrutar cada día de la vida como si se fuera a acabar pronto, de que hemos venido a jugar cada uno de los días, de que la vida es mucho mejor si nos reímos a carcajadas aún cuando algo aprieta, que se puede ser un pequeño cabroncete y amar los globos.
Es curioso, no te he llorado a penas (yo, llorona un rato), lo que sí que he hecho es reír y sonreír mucho.
Antes de llegar a Valencia paré un instante en la playa de Benicassim, donde tanto hemos compartido, cogí un paquete de pañuelos como buena anticipadora a las necesidades humanas y solo pude que sonreír(te) y reír(nos) mientras hablábamos recordándonos.
Ahora, mi corazón es un poquito más grande, porque un pedacito de ti siempre estará en mí.
Gracias J. por todo lo vivido y compartido
Gracias vida por poner en mi camino a personas como J.
Gracias amiga por no necesitar las palabras entre nosotras.
Gracias tribu por el calorcito tan sanador que nos dimos.
Gracias compañero de vida por sostenerme.
Gracias terreta por ser hogar.
Gracias Habana por anclarme a la vida.
Gracias J.
Y recuerda, ese segundo, ese instante en el que de pronto dejamos de estar aquí, lo tenemos todas.
Así que, te lanzo una pregunta, ¿a qué hemos venido?
¡Gracias por estar!
Un abrazo de alma a alma.