Dejar ir.
Ardua tarea sin duda alguna.
Y si nos paramos a pensar, realmente estamos dejando ir cada día, porque como acostumbro a decir,
elegir es renunciar
y si de nuevo nos paramos a analizar nuestro día a día, elegimos y renunciamos continuamente, ya verás:
Elegimos tomarnos un bol de fruta por la mañana y renunciamos a una rica tostada con aguacate.
Elegimos ponernos X prenda de ropa renunciando a otras bonitas que habitan en nuestros armarios.
Elegimos un camino concreto para ir al trabajo, para ir a pasear, ir a hacer la compra… renunciando a otros posibles caminos que también nos llevan a esos lugares.
Y así sucesivamente en el transcurso de toma de decisiones más triviales en un día normal.
Te invito a que durante un instante puedas analizar todo aquello que eliges y renuncias en un día cualquiera de tu vida.
Esto puede resultar sencillo, al fin y al cabo puedo desayunar mañana una tostada de aguacate y esa camiseta que tanto me gusta también me la puedo poner mañana, que por cierto, qué personas tan privilegiadas somos de tener este abanico de oportunidades cada mañana cuando iniciamos el día y cuánto se nos puede llegar a olvidar este privilegio porque normalizamos que es así, sin quizá llegar a tomar consciencia de que muy cerquita nuestra hay quien no se puede enfrentar a esta tarea de elección diaria por su realidad contextual.
Volviendo a nuestro presente y al contexto que a cada una nos acompaña aquí y ahora, sí, esto puede resultar sencillo. Pero, ¿qué pasa cuando nos enfrentamos a una toma de decisiones un tanto más compleja y el dejar ir cobra una mayor magnitud?
Porque sí, en ese elegir más “banal” estamos dejando ir, dejamos ir la otra opción y qué bueno que tengamos la oportunidad de practicarlo tan a menudo, tanto cómo ¡cada día! para así entrenar y estar más preparados para cuando vienen curvas en el juego de vivir y cuando el soltar conlleva un apego más emocional y por ende una toma de decisiones más complejas.
Porque no nos engañemos, soltar aquello que queremos es difícil y en muchas ocasiones, fruto de la emocionalidad de lo que hay entre manos, no tenemos en cuenta que
soltar trae mucho de vuelta.
Principalmente porque dejamos espacio en nuestras vidas para que llegue lo nuevo.
Y de verdad, es precioso cuando la vida empieza a traerte esas cosas maravillosas.
Qué pasa cuando mientras estamos jugando a vivir aparece una pantalla del juego en la que recibimos con frecuencia señales para que dejemos el trabajo en el que estamos porque no nos está haciendo bien o sencillamente se nos presenta la oportunidad de cambiar de trabajo.
¿Renuncias a todas las oportunidades que te trae un nuevo horizonte laboral o renuncias a la estabilidad de lo que ya tienes y conoces?
También podríamos preguntárnoslo de diferente manera:
¿Me elijo a mí y dejo espacio en mi vida para que las nuevas oportunidades tengan cabida? ¿Me elijo y digo adiós a ese trabajo que no me está haciendo bien?
O cuando la vida te plantea cambiar de ciudad de residencia porque tu pareja, con quien quieres y deseas formar una vida compartida vive en otro lugar.
¿Renuncias a tu ciudad y todo lo generado en ella para iniciar una nueva vida o renuncias a construir familia con LA persona que deseas hacer equipo cada día?
O ese momento en el que en el juego de vivir llegas a una edad, sobre todo como mujer, en el que se tiene que tomar la decisión de ¿quiero ser madre? La biología es la que es y dentro de nuestro cuerpo va pasando el tiempo sin ver las arrugas y las canas que podemos ver por fuera.
¿Renuncias a la maternidad o renuncias a una vida sin hijos/as? (humanos)
¿Cuán fácil o difícil es tomar estas decisiones?
En todos estos escenarios cada parte que hay antes y después de renuncias a X o a X entran los efectos secundarios de cada decisión claro, que es lo que dejas de tener por lo que sí estás eligiendo.
Es decir, si renuncio a no cambiar de ciudad, elijo quedarme con el “y si me hubiera mudado… ¿cómo sería mi vida ahora?”
Si elijo quedarme en el trabajo en el que no soy muy feliz pero me da estabilidad, elijo la incertidumbre y no saber qué oportunidades me hubiera aportado el nuevo trabajo o incluso un tiempo sin trabajar.
Y en cada decisión tomada pueden entrar un sinfín de “y si…”
Lo que sí que tengo claro es que sin renunciar no damos opción a que entre lo nuevo que la vida tiene preparado para nosotras.
Es difícil sí, pero…
¡Hemos venido a JUGAR!
Al juego de estar vivas y vivos.
Y también te diré,
salta y la red aparecerá.
Hoy, quiero aprovechar esta publicación de dejar ir para darle las gracias a la que ha sido mi casita rodante durante 9 años, con la que he vivido grandes aventuras y tanto me ha permitido.
La semana pasada la dejé ir, no ha sido fácil soltarla. Racionalmente sé que era el momento de hacerlo, emocionalmente no quería hacerlo. A pesar de que estaba parada un año, mi corazón se calmaba sabiéndola cerca.
Querida furgo,
suelto el apego y permito que otras personas te vivan tanto como lo he podido hacer yo.
Gracias por todo lo vivido y compartido junto a Habana y nuestras personas favoritas.
Me encantará saber:
¿Qué es lo que más te ha costado dejar ir?
¿Te cuesta renunciar en el día a día?
Cuando se trata de un soltar grande, ¿tienes alguna estrategia que te ayude a tomar la decisión?
Y todo aquello que te haya podido mover y desees compartir.
P.D. No te olvides de dar las gracias por las oportunidades que tienes en tu mano cada día (¡cada día!).
P.D.2. Gracias a todas las personitas que me habéis apoyado en mis decisiones difíciles siendo la red más enorme y preciosa que podría tener.
¡Gracias por estar!
Un abrazo de alma a alma.